Roma tiene estas cosas. Uno está paseando por el Trastévere, un barrio conocido sobre todo por su ambiente relajado, ése que le confieren sus restaurantes y sus terrazas o sus callejones de aspecto abandonado, y sin imaginárselo encuentra una obra de arte extraordinaria. Una obra de arte casi desconocida, oculta en ese laberinto que es la capital del mundo (por supuesto no hablamos de dioses ni supersticiones irracionales, sino de Historia y de Arte).
La iglesia de San Francisco a Ripa no es nada ostentosa. Como muchas iglesias romanas, muestra una fachada sencilla. Su interior, de tres naves, es austero y tiene cierto aire de abandono, algo habitual en los edificios romanos. Las capillas laterales tienen estatuas que pasan ante los ojos del espectador sin pena ni gloria entre carteles infantiloides perpetrados con rotulador por los franciscanos que manejan el cotarro. Ya se sabe, el señor es mi pastor y esos rollos… Y entonces uno se topa, en la última capilla del lado izquierdo, con una obra de arte excelsa, algo que está muy por encima del resto de lo que contiene esta olvidable iglesia. Se trata de la estatua yacente que representa a Ludovica Albertoni, llamada por el vulgo La mujer yacente, una pieza que tiene el sello inconfundible del más grande de los escultores del Barroco: Gianlorenzo Bernini.
Ludovica Albertoni fue una dama de la aristocracia romana que vivió en el siglo XVI. Su familia la casó con un noble del barrio de Trastévere, por lo cual ella pasó gran parte de su vida en el entorno de esta parroquia. Tras un matrimonio infeliz y turbulento, el marido muere y ella en lugar de aprovechar la herencia para disfrutar de los placeres mundanos, se abandona a la vida ascética y vive entre los pobres del barrio. Hay gente pa to, maeztro, que dijo el torero… El caso es que tanta abnegación sólo le ha valido desde entonces el titulico de beata. Mientras, a Wojtila y a Escrivá de Balaguer los han hecho santos en cuatro días. Y aún dicen que soplan aires nuevos en el Vaticano…
Entre 1674 y 1675 Bernini realizó la reforma de la capilla eliminando el sepulcro anterior de la señora Albertoni y sustituyéndolo por la estatua yacente que él mismo esculpió. La escenografía es genial: enmarcó la estatua en un vano y detrás de ella colocó un cuadro del Baciccio y unos angelotes de ésos tan graciosos que son sólo cabeza y alas, con unas ventanas laterales ocultas que permiten iluminarla con luz natural. Un cordón nos impide entrar en la capilla, por lo cual deberemos admirarla a una considerable distancia, pero a pesar de ello se puede apreciar el exquisito trabajo realizado con el mármol. El preciosismo con que el artista trató los pliegues de los ropajes o los flecos de la manta, en la parte inferior, dejan al espectador con la boca abierta.
Bernini, por descuido o por diversión, no dejó escrito el significado de La mujer yacente. Durante más de dos siglos se aceptó la interpretación según la cual la obra representa a Ludovica en el momento de morir, pero desde el siglo XX esta versión ha sido puesta en duda. Una hipótesis la pone en relación con El éxtasis de Santa Teresa de Ávila, otra obra genial y mucho más famosa del mismo Bernini que se puede contemplar en la iglesia de Santa María de la Victoria, también en Roma. La cabeza reclinada, esas manos sobre los pechos… sugieren más esa especie de orgasmo místico que el rictus de la muerte.
Pero aún hay una hipótesis más atrevida, que parece sacada de un capítulo de El código Da Vinci: la que afirma que la estatua no representa a Ludovica Albertoni sino a santa Ana, a quien está dedicada la capilla oficialmente. Los franciscanos, dueños de esta iglesia, defendieron con uñas y dientes la absurda idea de la inmaculada concepción de María, que sólo en 1858 fue proclamada dogma por la Iglesia Católica. Se les había olvidado comentarnos ese pequeño detalle unos cuantos siglos… En fin, volviendo a la estatua, según algunos osados sería santa Ana en el momento de concebir inmaculadamente a María. Y a juzgar por la expresión de la mujer, concebir niños inmaculados debe de ser doloroso.
En definitiva, La mujer yacente es una obra maestra del arte universal. En ella Bernini alcanzó la perfección técnica dotándola de una seductora fuerza expresiva y, por si eso fuera poco, dejando alrededor de ella un halo de misterio para la posteridad. Sobrecogedora e insuperable.
Para más información:
http://www.turismoroma.it/?lang=es
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A mi se me parece un montón a “El éxtasis de Santa Teresa” que podemos ver en Santa Maria della Vittoria.
Parecen primas hermanas o algo así.
¿O solo me lo parece a mí??
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El parecido es obvio, lo cual es lógico considerando que son del mismo autor. Además, teniendo en cuenta el contexto histórico de la Contrarreforma y que Bernini era firme defensor de ella, por eso hay quienes sostienen que la estatua de Ludovica Albertoni representaría un éxtasis místico en lugar del momento de su muerte.
Un saludo.
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….por no hablar de su prima que parece que tiene otro tipo de éxtasis jajajaja (bueno, en realidad las dos)
Anda que con lo bueno que era Bernini, me sorprende que repita un rostro. De cualquier modo siempre impresionan sus obras.
Muchas gracias por responder 🙂
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Gracias a ti por comentar. Un saludo.
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Igualica a la que han puesto en Sagasta. “La Tormenta” se llama la criatura. Para llorar.
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Me acabo de enterar. Y menos mal que la ha donado, que como encima hubieran pagado por ese amasijo de hierros… El “artista” ése en los desguaces de automóviles debe de entrar en éxtasis ¿no?
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Ja,ja,ja. Sí, el desguace tiene que ser como una catedral para él. Lo bueno de estas esculturas, es que si se rompen o les falta algun elemento, DA IGUAL, no se nota, si no la has visto antes. Lo que sí se habrá pagado la instalación. En fin,me gustaría saber cómo se llama la persona en el Ayuntamiento que aprueba estos atentados estéticos.
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Por otro lado, es de justicia alabar la magnífica exposición de este artículo que nos brinda gratis et amore Javier Domingo. Bernini es un Demiurgo, capaz de insuflar vida a sus creaciones, un Pigmalión que obra el milagro arcano de llenar de ansia viva la piedra. En España experimenté un sensación similar también con Josep Llimona y su obra La primera comunión.
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Muchísimas gracias por el elogio, se hace lo que se puede. Por cierto, estupenda la escultura que citas. Un saludo.
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